
Templo de San Juan Bautista y Templo Inca del Sol y la Luna © Max Cabello
Ayacucho: 20 mil años de historia
El pasado prehispánico de Ayacucho nos sumerge en las profundidades de nuestra Historia. Se remonta a la presencia del primer hombre de América en la cueva de Pikimachay, más de 18 mil años a.C., cuando el clima era muy frío y con presencia de hielos permanentes que probablemente cubrían el territorio desde las partes altas hasta los valles y praderas.
Las cumbres y planicies que hoy están secas eran entonces grandes bosques que configuraban hermosos paisajes con ríos y lagunas que, paradójicamente, eran peligrosos para el hombre por la presencia de enormes herbívoros, como el perezoso gigante, el mastodonte, el tigre de dientes de sable o los caballos salvajes que se extinguieron hacia los 8 mil años a.C.
El hombre de Pikimachay vivió en este territorio y tuvo que integrarse a grupos o bandas trashumantes que se dedicaban a la recolección y la caza para poder adaptarse a estas difíciles condiciones; es decir, se refugiaban en la cueva cuando descendía la temperatura y se instalaban al aire libre cuando las condiciones ambientales mejoraban. No obstante, con el paso del tiempo los descendientes del hombre de Pikimachay fueron perfeccionando sus herramientas, construyendo instrumentos más eficaces –como láminas de piedra y hueso, raederas, cuchillos y puntas de proyectil— que permitían una mayor precisión en la caza.

Cueva de Pikimachay © Antonio Escalante
Los arqueólogos han identificado cuatro complejos culturales de acuerdo al desarrollo de la tecnología lítica, es decir, de los utensilios de piedra que utilizaban estos primeros pobladores de Ayacucho: Pacaycasa (15.000 a 13.000 años a.C.), Ayacucho (13.000 a 12.000 años a.C.), Huanta (12.000 a 9.000 años a.C.) y Puente (hacia 9.000 años a.C.). La transformación de las herramientas tuvo como consecuencia una mejora en la alimentación y condiciones de subsistencia y, por consiguiente, el aumento de la población: los primeros hombres americanos, los ayacuchanos, salieron de la cueva de Pikimachay para luego dispersarse por todo el territorio.
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Puntas de proyectil ©Antonio Escalante
Una nueva época
Todo cambió hacia los 10.000 años a.C. Con el fin del Pleistoceno y el inicio del Holoceno o época actual, apareció otro escenario ambiental, con temperaturas más elevadas que ocasionaron el retiro de los hielos y la aparición de un paisaje más árido, con una nueva fauna compuesta por animales más pequeños, como el guanaco, el venado, el cuy, la ardilla, el zorro, el zorrillo, el gato y la paloma. Los descendientes del hombre de Pikimachay, que todavía se agrupaban en bandas y tenían en la caza su principal actividad, tuvieron que adaptarse a este nuevo paisaje. Para ello, perfeccionaron las puntas de proyectil, que eran finamente talladas en obsidiana; y también utilizaron otros artefactos tales como cuchillos, raspadores, buriles y lascas, los mismos que evidencian una avanzada tecnología en el trabajo en piedra. En este tiempo complementaron su economía con la recolección de semillas, frutos y otros vegetales que obtenían mediante un patrón de subsistencia estacional, con migraciones desde los valles a las punas y, tal vez, a la costa de lo que ahora es el Perú.
A partir de los 6.000 años a.C. surgió una nueva era caracterizada por la domesticación de plantas y animales. La adaptación humana a una variedad de microambientes debido a la trashumancia y el aprovechamiento de los recursos naturales para la subsistencia impulsó el conocimiento de los hábitos y costumbres de los animales y del ciclo vegetativo de las plantas. Tanto que, entre los 6.000 y 2.000 años a.C., los descendientes del hombre de Pikimachay aprendieron a cultivar calabaza, cañihua, olluco, oca, mashua, pallares, frejoles, papa, maíz, ciruela, guinda, pacae y lúcuma. Al mismo tiempo, domesticaron animales, como los camélidos o el cuy; y asimilaron las técnicas para su continua reproducción. Este proceso de domesticación de plantas y animales que llevó al desarrollo de la agricultura y la ganadería ocurrió paulatinamente, a través de cuatro fases, conocidas como Jaywa, Piki, Chiwa y Cachi.
Hace tres mil años, hacia los 1.000 años a.C. aparecieron las primeras sociedades organizadas con sustento agrícola y centros ceremoniales, como Wichqana, Chupas y Rancha, en Huamanga; Campanayuq Rumi, en Vilcashuamán; y Tukri, en Cangallo. Estos templos están vinculados con la influencia Chavín en la zona y la presencia de la cultura Paracas.
Los Huarpa
En la primera mitad del primer milenio de nuestra era existieron en el valle de Ayacucho múltiples aldeas y poblados dedicados, principalmente, a la agricultura y el pastoreo. El dominio humano del riego y las técnicas agrícolas permitió el aumento demográfico, la formación de enclaves poblacionales y el establecimiento de alianzas políticas entre aldeas cercanas. Los arqueólogos utilizan el nombre de Huarpa para designar a este periodo, si bien no sabemos cómo estos antiguos ayacuchanos se llamaban a sí mismos. Sí sabemos que poseían una fuerte identidad regional, expresada en la unidad estilística y decorativa de su cerámica que, por sus características de dibujo negro sobre fondo blanco, es única en el área andina.
Desde un primer momento, los Huarpa mantuvieron relaciones con Ica, estableciendo un proceso de interacción permanente que traería consigo el surgimiento del Estado antes de su consolidación y expansión territorial. Un segundo impacto fue la presencia de Tiahuanaco, especialmente la creencia en el dios de las varas, que contribuyó a la formación del Imperio Wari. Por entonces encontramos también a los Pocras, llamados en la documentación colonial como Pacora y Pocora eran los antiguos pobladores Huari de Huamanga, una etnia Wari aliada de los Hanan Chancas, los Wankas y los Ankaras.

Campesina ayacuchana arando la tierra de manera tradicional © Antonio Escalante
Los Wari y los Chanka
La etapa histórica del Horizonte Medio o Imperio Wari es, sin lugar a dudas, una de las más complejas e importantes en la arqueología americana, pues en ella apareció el primer Estado andino con un sistema monolítico, centralizador y conquistador, que además se expandió por gran parte de lo que hoy es el territorio peruano.
Luego del colapso de este Imperio, emergió en estas tierras una sociedad de guerreros a la que se le conoce como Chanka. A diferencia de sus predecesores, los chankas establecieron sus aldeas en las partes elevadas de los cerros y elaboraron una tosca cerámica utilitaria. Señalan los mitos que se dedicaron a la guerra, formando un poderoso ejército con el que atacaron el Cusco bajo el mando de sus generales Asto y Tomay Huaraca. No obstante, la capital de los incas fue defendida por el príncipe Yupanqui, quien con la ayuda de los Purun Runas o soldados de piedra pudo finalmente derrotar a los chankas.
Incas en Ayacucho
Cuando los incas ocuparon la región en la segunda mitad del siglo XV, subordinaron a los pobladores originarios (Soras, Rucanas, Chocorbos, Tanquiguas, Angaraes y Chankas) a su organización estatal. A fin de controlar los recursos y contar con un soporte para sus conquistas en la sierra y costa central, repoblaron el territorio con mitimaes, es decir, grupos de determinadas etnias que fueron reubicadas por el Imperio Inca en otras zonas y que en este caso provenían, principalmente, de diferentes partes del Tahuantinsuyu. De este modo, instalaron a los Pairijias en Huanta; a Caviñas, Acos, Antas, Quiguaes y Latacuncas en la cuenca de Ayacucho; a Papres, Condes, Chilques, Canchis, Canas, Muchic, Huancas y Aymaras en la cuenca del río Pampas, además de Cañaris, Chachapoyas y Collas.
También establecieron en Vilcas Huamán un importante centro administrativo y religioso con forma de halcón. Los incas diseñaron una inmensa plaza en el centro y, hacia el sur, construyeron el templo del Sol y de la Luna: un edificio de terrazas escalonadas con entradas y salidas a modo de contrafuertes, hornacinas, ingresos trapezoidales y escaleras, sobre el que los españoles más tarde levantarían la iglesia de San Juan Bautista. Junto al templo, instalaron un Acllahuasi o unidad productiva, en la que las mujeres elaboraban tejidos y chicha para el Estado cusqueño. Al oeste de la plaza edificaron un ushnu o pirámide trunca de cuatro plataformas, con entrada trapezoidal y escalera que lleva a una cima donde se encuentra un sillón labrado en piedra. Detrás del ushnu levantaron una kallanka –o estructura para fines administrativos y de almacenamiento de productos— y construyeron el palacio del inca Túpac Yupanqui. Finalmente, en la plaza instalaron una piedra rectangular con dos canaletas en su superficie talladas en zigzag, que utilizaron para ritos de sacrificio.
Cuentan los cronistas que el primogénito de Pachacútec, Amaru Inca Yupanqui, nació en el sitio de Pomacocha, cerca del actual pueblo de Vischongo, lugar donde los incas construyeron una serie de edificios bastante elaborados y de muros elevados. Entre estos destacan el Intiwatana o reloj solar; y una estructura para baños, que se levantó cerca de tierras que eran cultivadas para el sostén de la religión. Por ello, se deduce que en Pomacocha también funcionó un núcleo religioso.
Todo ello pone de manifiesto que la región de Ayacucho posee una larga y riquísima historia, que comienza con el hombre de Pikimachay, pasa por la formación de sociedades complejas y un Estado Imperial que sirvió de base para albergar un segundo Imperio, el Inca, hasta ser conquistada por los españoles en 1532, un tercer imperio que al poco tiempo la eligió para construir una de sus ciudades más importantes, bellas y estratégicas.

Cerámica Chanka Andina
Huamanga colonial
Tras ejecutar al inca Atahualpa y ocupar el Cusco, los españoles establecieron ciudades para consolidar su ocupación del territorio andino. Estas fueron instaladas en los fortines incaicos para enfrentar la constante situación de guerra en la que se vivía. Por tal razón, Huamanga fue fundada en 1534 por el conquistador Juan de Berrio con el nombre de Villaviciosa en un fortín militar que los incas habían construido en Quinua. En 1539 fue fundada nuevamente por Francisco Pizarro en el mismo lugar de Quinua con el nombre de San Juan de la Frontera de Huamanga. Más adelante, el 25 de abril de 1540, fue trasladada al paraje de Pukaray, donde actualmente se encuentra, por disposición del teniente gobernador Vasco de Guevara.
En su emplazamiento definitivo, la ciudad fue instalada primero en el pentágono territorial limitado por los torrentes de Islachayuq y Arroyo Seco al norte, la quebrada de Wanchituyoq y la colina de Santa Ana al sur, la ladera del cerro de la Picota al oeste y el río de Piñawa o río Alameda al este. Así, en los actuales barrios de Puka Cruz, Santa Ana y Andamarca, los conquistadores delinearon la plaza llana, las primeras calles y cuadras, reservaron un lote para el templo mayor y se repartieron los solares. Pocos años después, mudaron la plaza y el templo mayor a media legua hacia el noreste, al llano donde se estaban construyendo los conventos de La Merced y Santo Domingo.
La ciudad en construcción se amoldó a la real ordenanza de 1576, que disponía que el trazo se hiciese a cordel y regla, comenzando desde la Plaza Mayor para desde ahí desarrollar calles y caminos principales. En efecto, alrededor de la plaza se diseñaron las cuadras y calles en forma de damero y se distribuyeron los solares para las casas de los primeros vecinos. Los encomenderos o españoles propietarios de indios fueron sus primeros residentes; entre estos, figuran los pizarristas Crisóstomo de Hontiveros y Francisco de Cárdenas; comerciantes como Diego Gavilán; o mineros como Amador de Cabrera y Antonio de Oré. El cronista Pedro Cieza de León, al visitarla hacia 1550, menciona que fue fundada en medio de Lima y Cusco para hacer el paso seguro a caminantes y contratantes y que en ella “se han edificado las mayores y mejores casas que hay en todo el Perú, todas de piedra y ladrillo y teja, con grandes torres, de manera que no falta aposento”.
Cuando los españoles trasladaron Huamanga al sitio de Pukaray, encontraron en este asiento población indígena que formaba parte del grupo Huayna Cóndor. A esta población originaria se le agregaron los indígenas yanaconas que acompañaban y atendían a los españoles. Esta población fue incorporada con su trabajo y sus tributos a la vida de la ciudad, pero fue asentada en sus extramuros para que no impidiese el crecimiento de cuadras y calles. Estos habitantes asentaron los barrios de Santa Ana y Santa María Magdalena. El primero, ubicado encima de una colina, fue llamado Hanan Parroquia o parroquia de arriba, mientras que el otro, localizado al noreste de la ciudad, fue conocido como Uray Parroquia o parroquia de abajo.
En sus primeros años de existencia la ciudad fue afectada por la guerra civil entre pizarristas y almagristas. El 16 de septiembre de 1542, los defensores de Almagro se enfrentaron al poderoso ejército enviado por el rey para someter a los primeros. La batalla se produjo en la pampa de Chupas, a pocos kilómetros de Huamanga; y fue una de las más sangrientas de aquel conflicto. Con la derrota de los almagristas empezaría la etapa colonial pues, tras el triunfo de su enviado, la Corona española inició la centralización del poder en territorio peruano. Por haberse realizado cerca de Huamanga, la ciudad cambió de nombre y fue llamada San Juan de la Victoria por los vencedores.
Entre los siglos XVI y XVII, Huamanga quedó vinculada a la mina de Huancavelica, cuyo funcionamiento demandó mano de obra y productos, como alimentos, tejidos y artesanías, que eran elaborados por talleres de mestizos e indígenas ubicados en barrios como Santa Ana o San Juan Bautista. De lugares cercanos como Huanta, Vilcas Huamán o Andahuaylas llegaban a la mina productos como coca, textiles, granos o aguardiente, que eran producidos en tierras realengas, obrajes y haciendas, respectivamente. Los arrieros con sus mulas se encargaban del transporte; sus centros de operación eran los barrios de Carmen Alto y Conchopata. El nivel de acumulación de comerciantes, mineros, artesanos y arrieros permitió la construcción de suntuosas edificaciones, como iglesias y casonas, adornadas con ricos altares, bellas imágenes y un exquisito mobiliario. Tal etapa de esplendor generó la creación de un obispado en 1609 y la fundación de una universidad propia en 1677 por iniciativa del dinámico obispo Cristóbal de Castilla y Zamora.
Asimismo, en el siglo XVII la ciudad tuvo un significativo crecimiento demográfico, sobre todo gracias a los mestizos, yanaconas y forasteros que se instalaron en ella. Los primeros eran los hijos de españoles e indígenas y se dedicaban, principalmente, a las labores artesanales. Los yanaconas eran los indígenas que estaban al servicio de los españoles, mientras que los últimos eran indígenas que huían de sus pueblos para evitar la mita minera y el cobro de tributos. Para albergar a esta población aparecieron los barrios de San Juan Bautista, Carmen Alto y Conchopata; y desde entonces constituyen importantes referentes de la identidad huamanguina.
El XVIII fue el siglo de la decadencia de Huamanga, que se inició con la crisis de la mina de Huancavelica y se ahondó con las reformas administrativas que los reyes borbónicos ejecutaron en el virreinato peruano y los repartimientos mercantiles. Todo ello ocasionó la importación de bienes foráneos (tejidos, mulas y herramientas) y su consumo obligatorio entre la población indígena, en detrimento de la producción local; además de la presencia de funcionarios y comerciantes extranjeros que competían con los residentes criollos y mestizos de la ciudad. Aun así, productos como la coca de Huanta, la badana de San Juan Bautista o los tejidos de Santa Ana se comercializaban en zonas distantes como el valle del Mantaro, Lima o Copiapó, en Chile.

Complejo Wari ©Antonio Escalante
Huamanga Republicana
Las reformas borbónicas y la crisis del Imperio Español a comienzos del siglo XIX impulsaron la participación de los huamanguinos en la guerra de la Independencia. En 1812, las autoridades coloniales desvelaron una conjura tramada por los criollos de Huamanga en contra del intendente español Francisco de Paula Pruna.
Dos años después, cuando estalló en el Cusco la rebelión de los hermanos Angulo y del curaca Pumacahua, una expedición de los rebeldes partió a Huamanga bajo el mando de los patriotas Hurtado de Mendoza, Mariano Angulo y Gabriel Béjar. Al difundirse en la ciudad las noticias de esta expedición, estalló un motín popular en contra de los españoles, protagonizado por pequeños comerciantes, artesanos y vendedoras del mercado. Señala la tradición que la líder de esta asonada fue una vivandera llamada Buenaventura Barrientos, conocida como Ccalamaqui (la de la mano descubierta), quien se puso frente al cuartel de Santa Catalina junto con los amotinados para impedir que la milicia española saliera a combatir a los rebeldes.
Al llegar a la ciudad, estos incrementaron sus fuerzas y marcharon hacia el norte para enfrentar al ejército español de Vicente González enviado por el virrey Abascal. Sin embargo, fueron derrotados en Huanta. Tras huir hacia el sureste, los sobrevivientes lograron reagruparse y volvieron a enfrentar a las fuerzas realistas, pero serían derrotados definitivamente en la batalla de Matará el 27 de enero de 1815.

Iglesia de la Merced ©Wilfredo Loayza
Los Morochucos
Luego del desembarco del ejército libertador de San Martín en Paracas, una expedición comandada por Antonio Álvarez de Arenales ocupó Huamanga en su campaña hacia la sierra central. Allí, fue el responsable de jurar la Independencia el 8 de noviembre de 1820. Además, con el apoyo de criollos como Juan de Dios Alarcón, activó guerrillas formadas por los campesinos de Pampa Cangallo, a quienes se les empezó a llamar morochucos. En su afán por controlar el territorio, guerrilleros y españoles mantuvieron continuos enfrentamientos hasta mayo de 1822, cuando los primeros fueron derrotados por las fuerzas realistas de Carratalá. En tal circunstancia, los españoles detuvieron a María Parado Ccayo de Bellido, una mujer campesina del pueblo de Paras en Cangallo que transmitía información a la guerrilla sobre el movimiento de las tropas realistas. Ella prefirió la inmolación antes que delatar a su esposo e hijos, quienes militaban en la partida de Pampa Cangallo. Terminaría siendo fusilada el 1 de mayo de 1822 en los extramuros de la ciudad.
En la guerra por la Independencia, Huamanga se convirtió en la frontera de los territorios controlados por patriotas (sierra central) y españoles (Cusco). Por tal razón, la última batalla por la emancipación fue librada en una pampa cercana al pueblo de Quinua, ubicada al pie del cerro Condorcunca y conocida por los lugareños como Ayacucho.

Plaza Mayor de Huamanga ©Antonio Escalante
Quinua: el Escenario de la Batalla de Nuestra Independencia
Después de un largo periplo desde Abancay, el poderoso ejército del virrey La Serna se posesionó en el cerro el 8 de diciembre de 1824, mientras que el ejército libertador comandado por Sucre se ubicó en la pampa. Esta fuerza militar estaba integrada por soldados de toda América, Inglaterra, Irlanda y hasta de Ucrania. En la batalla del día siguiente, el empuje de los rebeldes les permitió superar a las fuerzas realistas hasta que llegaron a capturar al virrey La Serna, quien además resultó herido en la contienda. Al difundirse la noticia de su captura, los soldados españoles se replegaron en desorden hacia la cima del cerro Condorcunca, desobedeciendo a sus oficiales.
Consumada la victoria patriota, los jefes realistas negociaron una capitulación, con la que finalmente reconocieron la Independencia del Perú y las demás naciones latinoamericanas. Este documento fue suscrito por Sucre y el general Canterac, este último en reemplazo del virrey. En memoria de la batalla, la ciudad de Huamanga y el departamento recibieron la denominación de Ayacucho por disposición de Bolívar.
Nuevos desafíos
Sellada la Independencia, las nefastas consecuencias de la guerra afectaron gravemente la economía de Ayacucho. Por ello, en 1827 los campesinos de la puna de Huanta, que habían apoyado a los españoles, se levantaron en contra de la joven república peruana bajo el liderazgo del arriero Antonio Guachaca, ocupando Huanta y amenazando Ayacucho. La rebelión fue controlada por las autoridades republicanas, pero en las alturas de Huanta Guachaca logró organizar un gobierno que administraba justicia, recaudaba impuestos y reparaba puentes y caminos, cuya sede fue el pueblo de Uchuraccay. Los rebeldes, recordados en los libros de historia con el nombre de iquichanos, recién reconocieron al Estado peruano en 1839, tras la firma del tratado de Yanallay.
A mediados del siglo XIX, Ayacucho formó parte de un circuito mercantil por el que se exportaba ganado y aguardiente a localidades como Ica o Lima. Con el dinero acumulado lograron levantarse algunas obras públicas, como los arcos del triunfo de la calle 28 de julio y de la Alameda; o la pileta de la Plaza Mayor. En 1883, al finalizar la Guerra del Pacífico, la ciudad fue ocupada por las tropas chilenas de Martiniano Urriola que perseguían a Andrés A. Cáceres, el ayacuchano líder de la resistencia. Culminada la guerra, Ayacucho gozaría de una corta temporada de bonanza productiva, pero su inevitable declive no tardaría en llegar. Empezó en 1886, con la clausura de la Universidad de San Cristóbal de Huamanga; y continuó en los albores del siglo XX, cuando la producción local fue perjudicada por la importación de bienes y los arrieros fueron reemplazados por carreteras y camiones. Tal decadencia fue constatada por el historiador e intelectual limeño José de la Riva Agüero, quien luego de pasar por Ayacucho en 1912 escribió lo siguiente: “Esta es una vieja ciudad eclesiástica y devota, tierra de añoranzas y soleado silencio, de profundísimo sello español; llena de templos ruinosos, de claustros supresos, y de caserones degradados y carcomidos”.
En 1924, al conmemorarse el centenario de la batalla de Ayacucho, el gobierno de Augusto B. Leguía ejecutó desde Lima un programa celebratorio, que incluyó la construcción de la carretera Huancayo-Ayacucho y la visita de importantes autoridades a la ciudad. Además, se refaccionaron antiguas casonas coloniales, como la de la Municipalidad; y en la Plaza Mayor se colocó el monumento a Sucre.
En medio de la decadencia, la ciudad experimentó una inusitada expansión a mediados del siglo XX. La reapertura de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga en 1959 y su transformación en la punta de lanza del desarrollo regional hizo que se instalaran en la ciudad numerosos universitarios provenientes de las demás provincias del departamento de Ayacucho y de zonas vecinas, como Ica, Huancayo o Andahuaylas. Con el aumento de la población aparecieron novedosas urbanizaciones, como Emadi, Jardín o Mariscal Cáceres; y nuevos barrios, como La Libertad, Yuraq Yuraq, León Pampa, Barrios Altos, 11 de abril, Basilio Auqui y Chaquihuayqo. A esta expansión se debe sumar la presencia de instituciones estatales, como las dependencias de los ministerios; y de la Banca de Fomento. Este crecimiento estatal coincidió con otra circunstancia celebratoria: el sesquicentenario de la batalla de Ayacucho en 1974. Para la ocasión, el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado construyó el aeropuerto, las estaciones de energía eléctrica, televisión y telefonía, los locales de los colegios San Ramón y Nuestra Señora de las Mercedes, el restaurante “Agallas de Oro”, el obelisco en Pampa de Ayacucho y, con el apoyo del gobierno de Venezuela, la carretera a Quinua, el estadio Ciudad de Cumaná y el coliseo deportivo.
Ayacucho en el siglo XXI
Ni el afán celebratorio del sesquicentenario pudo conjurar las negativas cifras económicas de una ciudad y una región como Ayacucho que, en la segunda mitad del siglo XX, no había logrado subirse al tren de la industrialización y dependía de la agricultura tradicional y un turismo exiguo. La crisis se acentuó en la década de 1980 debido a la violencia, que ocasionó la migración forzada a la ciudad.
Hoy, en vísperas del bicentenario de la batalla de Ayacucho, que se celebrará en 2024 y pese a que los indicadores económicos son todavía mejorables, la antigua ciudad de Huamanga tiene un nuevo empuje, motivado por la expansión de los servicios, la industria local y el desarrollo del turismo. Destinos como Quinua y Huamanga cada vez tienen mayor relevancia y se están convirtiendo en referentes que ya cuentan con una creciente variedad de bares, hoteles, tiendas y restaurantes de moda. Además, se han desarrollado nuevas y fabulosas rutas turísticas que recorren un sinnúmero de atractivos naturales, culturales e históricos que esperan ser descubiertos por los turistas peruanos y extranjeros ansiosos por vivir experiencias únicas e irrepetibles.
En 2023, con motivo de las Fiestas Patrias, se celebró la primera edición del Ayacucho Fest, un evento patrocinado por la DIRCETUR y el Patronato Pikimachay que aspira a convertirse en una gran feria gastronómica que no tarde en convertirse en un referente a nivel nacional. Así, la población de Ayacucho apuesta por el progreso, pero nunca deja de lado sus tradiciones y costumbres, el orgulloso recuerdo de su historia y el inmenso amor que siente por su terruño.