
Danza de las tijeras ©Enrique Castro Mendevil
Artesanía: un legado artístico incomparable
La creación de los artesanos ayacuchanos se ha regido por la representación, continuidad, transmisión y resignificación. Estas dinámicas, inherentes al patrimonio cultural inmaterial, los han convertido en custodios de la memoria de sus pueblos.
Una Historia antigua y rica en confluencias, tanto en el periodo prehispánico, con el gran desarrollo de la civilización Wari, como durante el Virreinato y la República, periodos en que se incorporaron nuevas formas artísticas y culturales que permitieron que lo originario y lo europeo se fusionaran, dando vida, de generación en generación, a una artesanía que se manifiesta en una gran variedad de disciplinas y de piezas emblemáticas como el retablo, la talla en piedra de Huamanga o la pintura de Sarhua. Este formidable legado producto del sincretismo, le otorga a Ayacucho un lugar predominante en la producción artística de nuestro país.

Plateria ayacuchana ©Prom Perú
Cuna de más de 15 artes originarios
La Conquista y el Virreinato supusieron un punto de inflexión con la introducción de una nueva cultura, con nuevas y muy distintas formas de vivir y sentir lo profano y lo sagrado. El proceso de evangelización de los indígenas se sirvió de gran cantidad de obras de arte que tenían por objeto transmitir el mensaje de la nueva religión. Las obras se realizaban con modelos y maestros europeos, que traían nuevas técnicas y conocimientos en manufactura, pero se enriquecieron con los insumos y la valiosa mano de obra y capacidad artística local, diferenciada de una región a otra. La República trajo consigo nuevos vientos que estimularon sentimientos y tópicos vinculados a la libertad y a la nueva Patria.
En este contexto histórico de diversidad, mestizaje e intercambio los artesanos tradicionales ayacuchanos siempre tejen, modelan, pintan y esculpen a su sociedad, dejando a lo largo de los siglos la impronta de su historia, de su cosmovisión y de su talento. Tradicionalmente esta producción, utilitaria y artística, no solo proveía a la población local, sino que era distribuida por los arrieros quienes, a lomo de mula, recorrían grandes distancias llevando su carga de pueblo en pueblo, logrando que la producción ayacuchana se diese a conocer y se valorase no solo del Perú, sino también de Argentina, Bolivia, Ecuador y Chile.

Retablo ayacuchano elaborado por el artesano Jesús Urbano Cárdenas ©PromPerú
Manifestaciones Artísticas
Tapiz Ayacuchano
El tapiz ayacuchano, cuyo desarrollo comenzó con el telar de pedal traído por los españoles, ha alcanzado un alto nivel de expresividad desde que en las décadas de 1960 y 1970 los tejedores ayacuchanos incorporaron el formato de tapiz mural con motivos inspirados en culturas precolombinas. Esta búsqueda creativa basada en las propias raíces y en la investigación, estimuló el paso de una producción centrada en lo utilitario -especialmente en frazadas- a una producción artística con identidad cultural propia, que refleja una paulatina y notable mejora en la calidad gracias a dos novedosas técnicas: el reemplazo de la lana por el algodón en la urdimbre -base del tejido- que es más resistente y ligero; y la incorporación de tintes químicos, que enriqueció la paleta de colores, hasta entonces limitada por los tintes naturales.
La figura de Ambrosio Sulca Pérez tuvo un rol preponderante, pues sus cualidades de maestro del tejido y hombre con gran capacidad de observación le permitieron desentrañar el punto arwi utilizado en los textiles antiguos. La recuperación o rescate de estos conocimientos ancestrales abrió la puerta al desarrollo de diseños complejos con mayor precisión y capacidad figurativa y favoreció la consolidación de esta corriente textil, hoy valorada a nivel mundial y considerada como un boom del arte ayacuchano. Asimismo, los hermanos Máximo y Constantino Laura Taboada son un referente en este campo y responsables en gran medida de su difusión internacional, pues su obra se conserva y exhibe en importantes galerías y museos del mundo.

Cerámica de Quinua por Artemio Poma
Cerámica de Quinua
La cerámica del pueblo de Quinua se ha consolidado hace décadas como una de las alfarerías tradicionales más originales del país. En esta población se ha producido desde antiguo un vasto repertorio artístico que reúne, en originales piezas, lo utilitario, lo ceremonial y lo decorativo. Esta cerámica constituye un soporte propicio para transmitir la cosmovisión y las costumbres del pueblo de Quinua.
El repertorio de piezas consta hoy, entre otros, de jarras, platos, escudillas y fuentes, entre las que destaca la escudilla de matrimonio, recipiente hondo que luce dos urpis (palomas) que representan a los novios, y en el cual la pareja -durante la celebración de su unión- comparte los alimentos. En el ámbito de la escultura se producen diversas imágenes religiosas, entre las que se encuentran la Virgen de Cocharcas, patrona de Quinua, figura muy venerada en los altares domésticos, o las iglesias de techo que, desde lo alto de los tejados, protegen a los habitantes de Quinua y cuyas originales siluetas se recortan contra el cielo azul andino, así como los músicos caderones que evocan a los miembros de la banda de la fiesta de la Virgen de Cocharcas. Destaca también, en la escultura, el ukumari, representación del oso de anteojos que, de acuerdo con una popular leyenda rapta a las mujeres jóvenes, por lo que suele ser representado con un niño bajo el brazo.

Artesanos-retablos-sanchez-guia-ayacucho-pikimachay
El Retablo
El retablo es, probablemente, una de las piezas más especiales y valoradas del arte tradicional peruano. Esta caja de madera con puertas, que alberga tanto escenas costumbristas que narran la vida del pueblo como escenas de denuncia social, tiene su origen en el antiguo cajón San Marcos, pequeño altar portátil utilizado por los pastores y criadores de ganado en las fiestas del Apóstol Santiago, patrón del ganado. Este original cajón constaba de dos pisos interiores, dos puertas, y un frontón triangular que representaría a la montaña o apu, divinidad tutelar de la comunidad. En el piso superior, asociado al “mundo de arriba”, se disponían las imágenes de los santos católicos cuyas funciones están vinculadas a la protección y fertilidad de los rebaños. Así, en el plano superior, solemos ver las imágenes del apóstol Santiago, San Marcos, San Juan Bautista, San Lucas, San Antonio Abad, Santa Clara y Santa Inés. Estos santos resguardan a los distintos animales criados por los hombres y, a la vez, alejaban a los depredadores como pumas y zorros, manteniendo la buena convivencia entre el mundo doméstico y la vida salvaje. A su vez, en el “mundo de abajo”, el piso inferior, se colocaban escenas de la vida cotidiana de los campesinos, incluyendo pasajes festivos, así como sucesos de represión a los abigeos o ladrones de caballos y reses. Estas figuras, originalmente talladas en piedra de Huamanga, fueron luego desplazadas por imágenes -más fáciles de elaborar y menos costosas- modeladas a mano en bulto o relieve o desarrolladas con pequeños moldes en una pasta a base de yeso y agua. Este altar presidía, en los corrales o kanchas de los animales, las celebraciones religiosas de la población quechua y rural ayacuchana para pedir a las divinidades andinas y católicas la bendición, la salud y la fertilidad de los animales, base de su economía agropecuaria. Los santos guardianes y protectores, así como los apus tutelares locales, así representados e invocados, garantizaban una buena mediación ante los dioses.
El retablo que tenemos hoy en día nace a partir de una conversación, en Ayacucho, a mediados del siglo XX, entre don Joaquín López Antay, maestro imaginero, y la artista Alicia Bustamante. Joaquín habría transmitido su preocupación por la disminución de la demanda del cajón sanmarcos, debido probablemente a los cambios de modos de vida y la modernización del mundo rural. Alicia, que reconoció el potencial valor de esta pieza y el singular talento del maestro Joaquín, le habría sugerido mantener la estructura original, pero incluir escenas de la realidad ayacuchana. Esta conversación marcó un hito en la vida de don Joaquín López Antay y en el devenir del arte tradicional ayacuchano, pues promovió un giro trascendental en la obra del maestro al abrir la puerta del cajón sanmarcos hacia un universo infinito de posibilidades artísticas de comunicación y transmisión de la vida, más allá de su función religiosa original.

Escultura en piedra de Huamanga colección Liebana ©Daniel Giannoni
Escultura en Piedra
La escultura en piedra de Huamanga es otra manifestación artística en la región. De belleza translúcida y fácil labrado por su contextura blanda y moldeable, así como por su abundancia en diversas canteras alrededor de Ayacucho, la piedra de Huamanga ofrece condiciones muy favorables para la escultura, ya sea en bulto o en relieve.
Esta disciplina artística se consolidó, adquirió prestigio y sus principales características formales y estilísticas en los siglos XVII y XVIII, cuando se tallaban escenas religiosas que podrían haber sido empleadas por la Iglesia en el proceso de evangelización. Al respecto, Guamán Poma de Ayala en primera Nueva Crónica y Buen Gobierno refiere que era obligación de las autoridades fiscalizar que los naturales contasen con “lo necesario para la vida y para su desarrollo espiritual cristiano… casa y despensa, corral, güerta y su oratorio…”. Esta escultura en piedra de carácter religioso fue incorporada a los hogares de la elite huamanguina como expresión de las devociones familiares. Por su gran calidad eventualmente se difundió y valoró más allá de la propia Huamanga. Las tallas de los siglos XVII y XVIII que se conservan en museos y en colecciones particulares muestran iconografía, temáticas y estilo vinculados a las bellas artes vigentes en Europa en ese periodo. La talla es muy fina y las esculturas combinan el color natural de la piedra y la policromía de tradición hispana.
Con el advenimiento de la República apareció un repertorio iconográfico más amplio que incluye temáticas profanas que representan la vida festiva y cotidiana de la élite ayacuchana, asociadas a las nuevas circunstancias sociales e ideológicas de la Independencia, pero con influencias exteriores como el Absolutismo Ilustrado, el enciclopedismo francés y el interés por el estudio de la geografía, la flora y la fauna y los tipos sociales. Esta síntesis entre la representación de motivos venidos de Europa y los intereses de la élite dominante, dio paso a fines del siglo XIX y a lo largo de la primera mitad del XX a una escultura que recoge una temática social que refleja la vida y costumbres de Ayacucho. Se produjo un cambio estilístico importante, se abandonó la policromía de tradición hispana para dar paso al procedimiento del recubrimiento de color a la encáustica y al predominio de piezas talladas en el color natural de la piedra.
Por tratarse de una expresión con una importante trayectoria histórica y artística y vigente en las prácticas sociales, culturales y económicas de la sociedad ayacuchana, así como por la creatividad y el talento de los artistas portadores de esta tradición, en 2019 el Ministerio de Cultura declaró los conocimientos, las técnicas y la iconografía asociados al tallado en piedra de Huamanga o escultura en alabastro de la región Ayacucho Patrimonio Cultural de la Nación.

Detalle Púlpito ©Wilfredo Loayza
Escultura en Madera
La escultura en madera inicialmente se manifestó en altares, púlpitos, imágenes religiosas y mobiliario, y hoy se expresa especialmente en la cubertería, en concreto en las cucharas de palo. La experimentación a lo largo de los siglos ha permitido conocer las cualidades de dos árboles andinos, la unca (Myrcianthes oreophyla) de madera blanca y firme, y la tara (Caesalpinia spinosa) cuyas vainas tienen usos medicinales y son además apreciadas -por sus taninos- en la curtiembre de cuero. Las maderas de estos árboles, por su firmeza y su cualidad de no transmitir sabores u olores son las preferidas para confeccionar una amplia gama de utensilios tallados en una sola pieza, a modo de pequeñas esculturas, con iconografía inspirada en la flora y fauna locales -tréboles, mazorcas de maíz, ajíes, flores, en especial la cantuta, vicuñas y picaflores- representados con asombrosa delicadeza y precisión. La diversidad de cucharas es notable, pues las hay de distintos tamaños y formas acordes a su uso, como las que acompañan la preparación y servicio de bebidas tan identitarias como el ponche de maní o la chicha de molle. En Chihuanpampa, distrito de Quinua, vive la familia Huamán Ciprián que, a lo largo de varias generaciones, ha desarrollado un estilo muy original y propio de cubertería que, por su calidad y belleza, es muy apreciada por cocineros y chefs.
Platería y Metalurgia
Los ayacuchanos también han destacado en la platería y metalurgia. La plata y la hojalata se han labrado, forjado, cincelado, repujado, soldado y bruñido para lograr piezas utilitarias y obras de arte. A los pocos años de la fundación de la antigua San Juan de la Frontera de Huamanga, era tal el auge de la platería que la Corona española, que exigía recibir la quinta parte de los metales preciosos extraídos en el Nuevo Mundo, tuvo que desarrollar un ordenamiento normativo que le asegurara el cumplimiento del pago del impuesto denominado Quinto real. En iglesias, conventos y museos se conservan múltiples testimonios del fino arte virreinal de los plateros ayacuchanos. Hoy, la técnica de la filigrana mantiene el esplendor de la platería ayacuchana. La belleza del tejido con hilos de plata se expresa en todo tipo de objetos, ya sean para uso en el hogar como fuentes y cofres, o en una creativa joyería.

Hojalatería Taller Araujo
Hojalatería
La producción original en hojalata abastecía de utensilios a los agricultores; regaderas, cernidores, coladores, embudos, baldes, tinajas, cucharones, lecheras y jarras que eran indispensables para el manejo de semillas, granos, harinas o lácteos. Los talleres de panificación también requerían de utensilios de hojalata para su proceso de producción. En ambos casos se trataba de objetos meramente utilitarios. Sin embargo, a la par de esta producción, en los hogares también existía una demanda de elementos utilitarios y ornamentales que se integraban a la vida cotidiana: faroles, candeleros, mecheros, candiles, moldes para hornear, cruces de interior o sahumadores.
Durante toda la primera mitad del siglo XX la producción de los maestros hojalateros ayacuchanos tenía mucha demanda y el oficio era de beneficio. Con la aparición en el mercado de objetos fabricados en serie en materiales como acero inoxidable y plástico, más baratos y duraderos, la demanda decreció rápidamente y en la década de 1960 el arte se encontraba en peligro de extinción. En ese momento ciertos maestros hojalateros, como don Antonio Prada, decidieron profundizar en la línea de objetos para el hogar, renovar sus formas, embellecerlos y consolidar su signo artístico y, en ese momento crucial, la Escuela Particular de Artesanía en el barrio La Libertad, en la que don Antonio fue docente, infundió a la hojalatería un nuevo impulso creativo. Por su importante labor de salvaguardia de los conocimientos vinculados al arte de la hojalatería, don Antonio Prada fue distinguido, en el año 1995, como Gran Maestro de la Artesanía. Así, se consolida a un repertorio compuesto por cruces de la pasión, de caminos, de safacasa (techado de la casa), por árboles de la vida, por candelabros y faroles, que aún hoy es base de la hojalatería artística ayacuchana y que sigue siendo producido, renovado y difundido particularmente en el taller de la familia Araujo, presidido por el gran maestro don Teófilo Araujo.

Tablas de Sarhua
Peletería
La peletería, asociada a la caza y a la elaboración de indumentaria, es una de las tecnologías más antiguas y, al igual que la talabartería, tiene en Ayacucho una vertiente interesante. Hoy en día está también en riesgo de extinción, pues la sensibilidad contemporánea hacia el cuidado de los animales ha motivado, en gran medida, el reemplazo de las pieles de animal por pieles sintéticas en la indumentaria. Sin embargo, algunos talleres siguen produciendo piezas de gran calidad, como alfombras, mantas y cojines, así como piezas artísticas que representan, frecuentemente, iconografía de las culturas prehispánicas locales, así como escenas de la historia de Ayacucho y de las guerras de Independencia.
Las Tablas de Sarhua
Las tablas de Sarhua, originarias del distrito homónimo en la provincia de Víctor Fajardo, consisten en una pintura ingenua y original, transmitida a través de las generaciones, vinculada a la costumbre de ofrecer a los dueños de una nueva casa tablas con la representación de los miembros de la familia, así como de las divinidades a las que los sarhuinos rinden devoción, el Sol y la Virgen de la Asunción, patrona de Sarhua. Estas tablas son ofrecidas a la familia por sus compadres, en una ceremonia conocida como tabla apaykuy (traslado de tabla) en la que, con canto y abundante comida y bebida, se busca propiciar la prosperidad de la familia que habitará el nuevo hogar.
Las tablas se colocan entre las vigas que sostienen el techo, donde permanecen como testimonio de la vida de la familia y de sus lazos afectivos, así como de la historia de los sarhuinos. El origen de estas tablas pintadas tiene su origen en las antiguas qellqas (tablas con dibujos y signos) que constituyeron -dada la condición ágrafa de las sociedades andinas prehispánicas- un medio de transmisión de información al igual que los tocapus y quipus. También se considera que podría haber un parentesco con la pintura barroca andina, frecuente en las iglesias virreinales, lo que se sustenta en la semejanza que se advierte entre la pintura mural de la iglesia de Sarhua y las tablas más antiguas que se han encontrado. La tabla original de Sarhua suele tener cerca de dos metros de largo y treinta centímetros de ancho, se elabora con la mitad un tronco delgado, pintándose la cara plana con múltiples escenas, a modo de viñetas, en que se presenta a los miembros de la familia, sus actividades principales y sus bienes, que se acompañan con pequeñas leyendas descriptivas, en quechua o en castellano, y que se separan por orlas con dibujos de la flora y la fauna local. Este conjunto se lee de abajo hacia arriba, lo que probablemente se debe a su posición en el techo. La primera viñeta suele albergar la figura de la Virgen de la Asunción, mientras que el Inti o Sol corona la tabla.

Cereria Parwa ©Luis Repetto Málaga
La Cerería
El trabajo en cera. Los talleres de los maestros cereros ayacuchanos, también conocidos como adornistas gozan de gran prestigio más allá del departamento, debido a la exquisitez con que elaboran con parafina y papel platina, los miles de velas con formas diversas que decoran las andas que llevarán en procesión, en sus respectivas fiestas patronales, a santos y vírgenes del sur andino. El domingo de Pascua de Resurrección el Señor es llevado en procesión con una de las andas más espectaculares del país, cubierta por miles de piezas de cera entre cerawaytas (flores de cera), mazorcas de maíz, ángeles y palomas, entre otras figuras. Por la belleza de su ornamentación y en cuanto representación de la devoción de los fieles ayacuchanos, la silueta de esta anda se ha convertido en la imagen emblemática de la Semana Santa de Ayacucho, celebración recientemente reconocida como Patrimonio Cultural de la Nación.
Los maestros adornistas salvaguardan y transmiten los conocimientos y prácticas relativos al arte de la cerería, por ello, como un reconocimiento a su labor, el Ministerio de Cultura declaró, en el año 2020, esta práctica de arte efímero como Patrimonio Cultural de la Nación.
Las Alfombras de Pétalos de Flores
Estas alfombras, de manufactura colectiva, son un espacio abierto a todas las manos y a todas las comunidades. Los colectivos de fieles, integrantes de una escuela, una congregación, una comisaría o una familia, despliegan su ingenio para elaborar, tendida sobre el suelo, una inmensa manta de pétalos que espera el paso del anda con la imagen sagrada para festejarla con los colores de la naturaleza. La Semana Santa de Ayacucho, con sus múltiples procesiones, es el escenario donde se despliegan las más delicadas alfombras de pétalos.

Alfombra de pétalos ©Gihan Tubbeh
La Cerería
El trabajo en cera. Los talleres de los maestros cereros ayacuchanos, también conocidos como adornistas gozan de gran prestigio más allá del departamento, debido a la exquisitez con que elaboran con parafina y papel platina, los miles de velas con formas diversas que decoran las andas que llevarán en procesión, en sus respectivas fiestas patronales, a santos y vírgenes del sur andino. El domingo de Pascua de Resurrección el Señor es llevado en procesión con una de las andas más espectaculares del país, cubierta por miles de piezas de cera entre cerawaytas (flores de cera), mazorcas de maíz, ángeles y palomas, entre otras figuras. Por la belleza de su ornamentación y en cuanto representación de la devoción de los fieles ayacuchanos, la silueta de esta anda se ha convertido en la imagen emblemática de la Semana Santa de Ayacucho, celebración recientemente reconocida como Patrimonio Cultural de la Nación.
Los maestros adornistas salvaguardan y transmiten los conocimientos y prácticas relativos al arte de la cerería, por ello, como un reconocimiento a su labor, el Ministerio de Cultura declaró, en el año 2020, esta práctica de arte efímero como Patrimonio Cultural de la Nación.
Las Alfombras de Pétalos de Flores
Estas alfombras, de manufactura colectiva, son un espacio abierto a todas las manos y a todas las comunidades. Los colectivos de fieles, integrantes de una escuela, una congregación, una comisaría o una familia, despliegan su ingenio para elaborar, tendida sobre el suelo, una inmensa manta de pétalos que espera el paso del anda con la imagen sagrada para festejarla con los colores de la naturaleza. La Semana Santa de Ayacucho, con sus múltiples procesiones, es el escenario donde se despliegan las más delicadas alfombras de pétalos.

Danza de las tijeras ©Enrique Castro Mendevil
La Danza de las Tijeras
Vinculada al territorio de altura y las sociedades pastoriles que allí moran, esta danza es una bella combinación de ritual, arte y competición física entre dos danzantes que, al ritmo monótono y peculiar de arpa o violín, bailan en competencia alternadamente, ejecutando pasos y maromas cada vez más complicadas hasta que uno derrota simbólicamente al otro. Característica de las comunidades altoandinas de Ayacucho, la danza utiliza como instrumento rítmico casi las mismas antiguas tijeras de esquilar, aunque con las hojas sueltas. Este ritual pervive y se repite, convertido en danza profana, en el área del quechua chanka. Lo que nos recuerda la danza de tijeras, entre otras cosas, es la importancia de la ganadería en la sociedad regional.